23 enero 2011

1 Sabía que había otro.

Sabía que había otro en la vida de mi chica.
Ningún amigo sospechaba de mi sospecha, ningún conocido ni familiares, pero sabía que había algo fuera de lo común: Mi esposa estaba más feliz que de costumbre, con esa sonrisa de satisfacción cuando regresaba del trabajo. Tan distinto de hace dos años.

Pedí permiso en el trabajo y espié mi casa por toda una semana, pero algo no tenía lógica. Mi mujer apenas salía al mercado y poco más y por muy poco tiempo. Intercepté las llamas salidas y entrantes de su celular y a menos que el amante fuera su gorda y poco sexy madre, no pude sospechar de nadie.
Así que el círculo de sospechosos se reducía a un vecino, que trabajaba pocas horas y estaba mucho tiempo en casa. Pero este vecino tenía 62 años, una calva prominente y un estómago de barril. Las cosas no cuadraban.
Así que el Viernes de la semana en descanso fui a casa temprano, a las 3 de la tarde, rendido de mi dotes frustradas de investigador privado.
Y entonces supe quien era el amante de mi esposa. Y no podía ser de otra forma, grande, negro, jóven y muy impetuoso.



Cosas de la vida.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Eres un animal!

Publicar un comentario

¿También perdiste tu par de alas?
¿Quieres comentar algo?
Sale púes.