23 marzo 2012

0 La mujer casi perfecta

Lo tenía todo.

Era la mujer más hermosa que he conocido, y nada más verla era pecado.

Tenía dos cosas en las que uno no podía dejar de fijarse: Una cabeza que conjuntaba un poema hecho de sus bellezas que conquistaban encima del cuerpo
y un
cuerpo debajo de la cabeza que insultaba con su hermosura simetría.

Sus cejas, sus ojos, su nariz, sus labios, su mentón, sus sonrisa y hasta sus orejas.

Todo perfecto.

Y de ahí para abajo las cosas sólo se ponían mejor, para amén de los mecánicos.

Su caminar, su hablar, su sonrisa, sus gritos, su trote, su sudor, la forma como toma agua del bote, su ropa sucia, su ropa limpia tendida del tendedero de donde tantas veces ha sido robada.

Y para hacer el amor, ni se diga.

Era una de esas ecuaciones en que la suma de sus partes es mayor que el resultado de cada una de ellas por su cuenta.

Uno siempre quedaba a deber porque la noche no bastaba para agradecer tanta belleza.

Sólo tenía un defecto.

Que no era mía.

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