29 septiembre 2010

0 Morir Naciendo.

Llegué a la adolescencia como todos los demás:
Con un dolor a la vida, sin saber porqué.
Odio a los mayores, a los menores.
No era hombre aún y ya no era un niño.

Atravezé esa calle que parecía tan larga,
pero gracias a ti llegué a pronto a la otra orilla.
Te conocí y me regalaste la vida.
Me abriste los ojos regalandome los tuyos.

Contigo, la sangre volvió a fluir con salvajismo.
Mi alma ya no era un galerón abandonado,
sino un estuchero lleno de pequeños besos,
y hoy, a la distancia, de tantos buenos recuerdos.

Aprendí a amar a tus labios llenos de nubes.
A tocar tus senos juguetones.
A beberte toda la noche, a atravezar juntos el desierto.
Hasta aprendimos a fumarnos un cigarrillo
y a mentirle a tus padres y a tus tíos.

Me mataste cuando desperté la primera mañana,
explicandome que yo era ave de paso.
Fue una experiencia que repetimos tantas veces
y tantas veces volví a morir y me llevaste de nuevo
a nacer otra vez.

Morir entrando al paraíso.
Nacer muriendo a tu orilla.

A tantos años debo confesar que te he engañado.
Tu teoría de amigos con superderechos,
citándonos a hurtadillas, gozando por lapsos,
lo acepto frente tuyo siguendote el cuento,
pero la verdad es que te amo como en el
primer momento.

Y son tuyos mi corazon, mis besos y mi cuerpo.

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